martes, 15 de octubre de 2013

Espiral


Los dolores habían empezado hacía ya dos semanas, para ser precisos, en el día de su cumpleaños número dieciocho. Y no se habían detenido desde entonces. Cada vez que Elizabeth se disponía a escribir, volvían a atacar. Luego de la primera semana, había ido al doctor para que le diera un diagnóstico y le recetara algún medicamento, pero tras realizarle diversos estudios, no había llegado a una conclusión. La despidió con la promesa de una llamada así que descubriera qué le ocurría.
—¡Agh! —exclamó mientras volvía a dejar el lápiz sobre la mesa. Era imposible escribir con ese dolor intermitente en su cabeza. ¿Cómo se suponía que se convertiría en una consagrada escritora, si no podía escribir dos líneas de su historia sin que ese insoportable dolor inundara su mente?
Suspiró mientras sostenía la cabeza entre sus manos. No veía la hora de recibir la llamada. Por lo pronto, se vestiría para ir al colegio, o acabaría llegando tarde. Otra vez.
*  *  *  *  * 
Monique corría por las calles londinenses. El cuaderno estaba escondido en su abrigo. Ese maldito cuaderno. ¿Cómo iba a saber que todo lo que allí se escribía, se hacía realidad? Era una bruja, no una adivina. Y ahora estaba corriendo, escapándose de aquellos que querían robárselo. Monique sabía que en las manos de la persona equivocada, el cuaderno podía ser un arma letal. Entró en su pequeña tienda de antigüedades y lo escondió. Su portada oscura, adornada con detalles aún más oscuros, lo hacía camuflarse bien. Tras dejarlo, empezó a recitar un conjuro, aquel que llevaría su tienda, y tal vez las de alrededor, a otro tiempo y espacio; aquel que escondería al año 1800, en una época más moderna, convirtiendo la calle, en un pequeño lugar donde el tiempo no pasaba.
Cuando sus persecutores estaban dispuestos a doblar la esquina que los llevaría a la tienda, Monique recitó la última palabra. Sintió al proceso de transportación realizarse y suspiró aliviada. Estaba a salvo. Y se encargaría de dar ese estúpido cuaderno a la primera persona honesta que entrara a su tienda.
*  *  *  *  *
Salir de su casa le había llevado más tiempo de lo esperado, pero fue su error pensar que su madre la dejaría irse sin antes almorzar. Al menos el contratiempo mostró ser útil, pues pudo estar en su casa al momento en que el médico llamó.
Le había dicho que fuera al consultorio ni bien saliera del colegio, y que no se alarmara, que él había encontrado una solución. Sin embargo, ella no podía evitar preocuparse. La embargaba la sensación de que algo estaba a punto de salir mal.
—Basta —se dijo a sí misma—. Deja de pensar en eso de una vez o no podrás concentrarte en clases. Y sabes que eso no puede volver a pasar. No con los últimos exámenes a la vuelta de la esquina.
Respiró profundo y se dispuso a caminar la última calle para llegar a su escuela. No fue hasta ese momento que se dio cuenta que no había tomado el camino habitual. A decir verdad, no sabía qué camino había tomado. Nunca antes había estado en ese lugar. Era como si hubiera salido de la nada. Giro sobre sí misma, asombrada de lo que veía. Los edificios antiguos y las calles empedradas parecían sacados del bello Londres de las novelas de Conan Doyle. Era un fragmento de tiempo atrapado en una moderna ciudad a la que Elizabeth llamaba hogar. Se sorprendió de no haber estado ahí antes, o de jamás haber escuchado al respecto. Con su atmósfera taciturna, este era el típico lugar del que hablaban en su club de poesía. Le extrañaba que ninguno de sus integrantes hubiera mencionado su existencia.
Como escritora, este lugar le parecía perfecto para ser el escenario de una novela. Una que podría escribir si ese maldito dolor de cabeza no hubiera vuelto a aparecer ni bien comenzó a pensar una trama.
Cerró los ojos e intentó tranquilizarse. Enojarse no iba a ayudar a que ese malestar se fuera. Trató de concentrarse en algo, pero no sabía en qué. Miró a todas direcciones, buscando un punto de concentración, y no encontró nada. Estaba a punto de dejarse llevar por la ira y la indignación, cuando la vio. Esa pequeña puerta de madera con una ventana de cristal en la que colgaba un cartel que leía: “Tienda de antigüedades de Madame Monique”. Era casi invisible entre las vidrieras de cristal de dos tiendas ostentosas, pero por algún motivo, le llamó la atención. Quizás era el aura de misterio que la envolvía, o tal vez simplemente el hecho de que fuera una tienda de antigüedades. Elizabeth las amaba, pues cada objeto tenía una historia digna de descubrirse.
Se acercó a ella, hipnotizada por la atracción que le ejercía. Estiró la mano, buscando el picaporte, y cuando empezaba a abrir la puerta, la campana de una iglesia sonó en la lejanía. Sobresaltada, retrocedió. Las campanadas la devolvieron a la realidad, y al contarlas, notó cuanto tiempo había perdido en ese lugar. Al principio pensó que había contado mal, pero al mirar su reloj, confirmó que era verdad. Eran las cinco de la tarde. Las clases ya habían terminado, y ella siquiera tuvo la oportunidad de llegar al colegio. Ya no había tiempo para lamentarse por eso, tenía que ir a ver al doctor.
Corrió rápidamente por las calles para llegar al consultorio a oír el diagnóstico. Esperaba que al menos eso saliera bien, así su día no sería una decepción total. Mal sabía ella lo equivocada que estaba.
*  *  *  *  *
Tendría que haber sospechado cuando el doctor suspiró. Nadie suspiraba si algo bueno saldría de su boca.
—Es insólito —le había dicho—. Parece salido de la mente de un escritor. Al parecer tienes una extraña condición en tu cerebro, una enfermedad que sólo ataca y se propaga cuando piensas en ideas para escribir, y que, si continuas haciéndolo, conllevará el deterioro del mismo hasta ocasionar tu fallecimiento.
Le había dicho que no sabía cómo curarla, pero que al aparecer la condición solamente mientras pensaba y escribía sus novelas, la solución obvia era que dejara de escribir.
Cuando lo escuchó pronunciar esas palabras, el mundo se le vino abajo. ¿Cómo podía dejar de escribir para siempre? Ni bien lo había dicho, Elizabeth salió del consultorio y empezó a correr. Y eso era lo que estaba haciendo ahora: estaba corriendo, escapándose de esas palabras; escapándose de su peor pesadilla.
Se detuvo abruptamente cuando notó en dónde estaba. Había ido, nuevamente sin querer, a aquella calle de aspecto londinense. Otra vez se encontraba frente a la tienda de antigüedades, pero esta vez, entró sin vacilar. Caminó unos pocos pasos, mirando a su alrededor, cuando golpearon suavemente su hombro.
Asustada, giró para encontrarse con una mujer delgada de pelo plateado, que a pesar de eso, no lucía como una persona mayor. La miraba con una amplia sonrisa.
—¿Puedo ayudarla, señorita? —dijo con voz cansada pero sincera.
—No, yo… sólo estaba mirando. Ya me estoy yendo —dijo Elizabeth, caminando hacia la salida, cuando algo le llamó la atención.
Era un libro con encuadernación oscura y arabescos aún más oscuros dibujados en la tapa. La mujer siguió la mirada de Elizabeth y descubrió qué le había hecho detenerse.
—Oh, señorita, ese es un cuaderno muy especial, es mágico —dijo la mujer entre suaves y reconfortantes risas.
—Yo no creo en la magia —contestó Elizabeth, mirándola a los ojos.
—Entonces no tendrá ningún problema en llevárselo. —Antes que Elizabeth pudiera negarse, añadió—: Es un regalo.
Dicho eso, le entregó el cuaderno y la empujó con delicadeza para que saliera de la tienda.
Aún sobresaltada por los acontecimientos ocurridos, Elizabeth se sentó en la vereda frente al negocio. Los sucesos de aquel día daban vueltas en su mente. La calle londinense, lo que le dijo el doctor, la mujer, el cuaderno… Pero Elizabeth ya no estaba preocupada por nada de eso. Había tomado una decisión. El cuaderno la había ayudado a hacerlo.
Si no podía escribir sin morir, moriría haciéndolo. Era mejor que vivir sin hacer lo único que le apasionaba.
En aquel fragmento de tiempo, abrió el cuaderno y se dispuso a escribir. Los dolores empezaron a atacar, pero esta vez, ella no se detendría. Con letras firmes y prolijas, empezó a escribir una historia que creyó inocente, sin saber que era esta la causante de su terrible condición. Con trazos decididos, redactó:

Los dolores habían empezado hacía ya dos semanas, para ser precisos, en el día de su cumpleaños número dieciocho...

sábado, 31 de diciembre de 2011

Un año diferente


Y para celebrar la despedida del año, que mejor que una entrada destacando lo mejor  que pasó en esta gran jornada. Pido disculpas, además, por mi prolongada ausencia y por la constante postergación de la publicación de mis entradas.
Como dije, quiero despedir al año rememorando todo lo que pasó en él, todas las alegrías que viví, toda la gente que conocí, y como no, recordando todos los libros que leí (bueno, los que marcaron mi vida, dándole otro rumbo).
Empezando por el inicio, ¿Y qué mejor forma de empezar? comencé una nueva etapa en el colegio, que me permitió conocer gente nueva, que sin esta oportunidad no hubiera podido conocer, y con el tiempo aprendí a quererlas cada día, descubrí mucho sobre ellas y me gané unas buenas compañeras de lectura.
Y hablando de lectura, este año me recomendaron  un libro que sin duda alguna, no me arrepiento de leer. Aunque debo reconocer que al principio el título de este no me entusiasmaba, y es que quiero decir, "Los juegos del hambre" para mí tratarían de cualquier cosa, menos de lo que realmente trata. Un claro ejemplo para mí, de porque hay que dejar de juzgar un libro antes de leerlo. Este libro no sólo fue uno de los mejores que leí este año, si no que me permitió conocer más gente, que tienen la misma pasión que yo por esta tan diferente y especial historia. Me gané nuevos amigos y una nueva actividad que hacer cada mes, y es que, siendo una fan de este libro, no pude dejar de asistir a las reuniones mensuales organizadas por los fans argentinos.
Ya más para fin de año pude participar en un concurso literario y tuve la alegría de ganar el primer lugar. Sin duda fue un hecho muy especial que marcó este año. Y la noche de la entrega de premios fue una de las mejores del 2011, la emoción al recibir el premio y los elogios que a este acompañaban, me faltan palabras para describirlo, pero prometo, como una de las primeras cosas que haré este nuevo año, subir finalmente la entrada que hable un poco más de este maravilloso suceso que significa bastante para mí.
Y para finalizar el año, que mejor que dos acontecimientos que sucedieron hace no más de un mes: El casamiento de mi tía y la gran oportunidad de conocer Orlando, y con este, sus parques.
Mucho de esto último fue gracias a que mi tía se caso en St. Croix, de lo contrario, no hubiera tenido esa oportunidad, al menos, no este año. Tras estar ella felizmente casada, nuestro viaje a las islas estuvo terminado, pero no por eso, estuvo también terminado nuestro viaje en general, a la vuelta tuvimos una parada de cuatro días en Miami, y gracias a eso, mis papás decidieron cumplirme un sueño, llevarme a conocer el parque de Universal, y con este, mi adorado parque de Harry Potter. Sin dudas esta experiencia fue única en mi vida, como gran fanática de esta saga, mi gran sueño fue conocer el parque de Harry Potter desde su apertura, y tenerlo cumplido es algo no sólo importante para mi, si no que también es mágico. Y con esa alegría, puedo decir que terminaron los hechos importantes de este 2011.
Y por todo lo mencionado anteriormente puedo decir que este año fue uno muy bueno, en el que muchas cosas sucedieron marcándolo como un año especial. Y es por eso que mi primer deseo para este 2012 es que sea, así como el anterior, un año especial, y con especial, diferente. Un año lleno de sorpresas, al que muchos años después voy a poder recordar por eso, por lo diferente que fue.
Sin más, les deseo a todos un muy feliz año nuevo, lleno de vida, alegrías, ¿Por qué no? Lleno de amores.

jueves, 6 de octubre de 2011

El turno de Helena Cartwright


El sol había desaparecido tras un sinfín de montañas hacía ya una hora. Jeremías estaba sentado sobre una piedra mientras esperaba, ansioso. Sus largos mechones negros caían delicadamente sobre su tez, ahora pálida, y sus manos impacientes jugueteaban en el aire a la espera de una orden de actuar.

El silencio sepulcral del bosque se rompió con el crujido de una rama. Jeremías se levantó rápidamente y adoptó una postura de ataque, era la oportunidad que él estaba esperando. La noche estaba llegando a su clímax, la tercera noche, su salvación. Sacó un papel negro de su bolsillo, las letras plateadas que lo adornaban ya estaban perdiendo su brillo, tenía que actuar rápido, o estaría condenado a vivir esa vida para siempre. Una sombra apareció entre los arboles con ojos temerosos y pasos asustados. ¿Esa sería su víctima? ¿Una indefensa muchacha de unos 16 años? No había tiempo para compadecerse. Sacó una daga que tenía escondida bajo una pila de hojas secas y corrió en dirección de la recién llegada.

—Sólo un poco de sangre y tu nombre, es lo único que necesito para dejarte libre —dijo entre risas mientras la inmovilizaba bajo su cuerpo.

Situó la pequeña daga en el cuello de la chica y no la retiró hasta que la hoja plateada hubiera adoptado un color carmesí.

—Helena, mi nombre es Helena, por favor dejame libre. —Las lágrimas caían de sus ojos mezclándose con la sangre que le seguía brotando de la herida.

¿Helena qué?

—Helena Cartwright.

Jeremías sonrió. Resultó más fácil de lo que esperaba. Sólo deseaba que Helena en verdad se llamara así, de lo contrario, sufriría la condena. Apoyó el papel negro en el suelo y con la sangre de la daga escribió delicadamente el nombre de ella. Las letras casi opacas del papel recobraron su intenso brillo plateado.

Tu herida va a cicatrizarse rápidamente y cuando lo haga, vas a tener fuerza suficiente para entender esto y salir de acá. —Dejó el papel y la daga sobre las piernas de Helena, cuyos movimientos desesperados habían cesado. Jeremías se encaminó por el sendero del bosque, sonriendo, agradecido por haberse liberado. Ahora el problema era de Helena, no de él.

***
Era ya de mañana cuando Helena despertó. Sus ojos recorrieron todo su alrededor en busca de una explicación. ¿Qué había sucedido la noche anterior? Con dificultad, se levantó del suelo y observó los objetos que yacían en sus piernas. Por un momento dudó en tomarlos, pero la curiosidad venció a la precaución y en apenas segundos, Helena tenía el papel y la daga en sus manos. Recordó el encuentro que tuvo antes de desmayarse, la herida que este le había dejado. Ya no sentía el dolor punzante de antes, por lo que prefirió dar más importancia al pequeño escrito que tenía entre sus manos. Sus ojos se movían rápidamente de un extremo al otro del papel, como si de esa forma el texto cambiara. Lo soltó desesperadamente con la esperanza de olvidarse de esas terribles palabras, pero era tarde, ya las tenía grabadas en su mente. Las repitió una y otra vez, esperando poder comprenderlas.
“Tres amaneceres es el límite marcado para cambiar la situación. Sangre, es lo único que necesitas, y el nombre del condenado corazón.”
¿Qué querría decir eso? Pensó que quizás no era más que una broma de mal gusto, quería creerlo, pero en el fondo de su mente, sabía que ese pensamiento era incorrecto. Necesitaba respuestas. Miró el papel nuevamente, esperando más información, o cualquier cosa que probara que estaba soñando. Para su sorpresa, las letras que hasta momentos atrás eran enteramente de un color plateado, empezaban a perder un poco de brillo.
Trató de recordar algo que pudiera ayudarla en su búsqueda hacia las esperadas respuestas, pero por más que pensara, nada pasaba por su mente. Estaba a punto de rendirse cuando ese nombre apareció entre sus pensamientos. Jeremías. Sabía que tenía que buscarlo, que él le daría las respuestas necesarias. Ahora sólo restaba encontrarlo. Parecía una tarea sencilla, pero Helena no sabía dónde buscarlo, ni cómo hacerlo. La dirección invadió su mente de la misma forma que el aire invade los pulmones, sin permiso ni explicación. No le importó eso, lo único que quería eran las preciadas respuestas, así que no dudó en dirigirse a la misteriosa dirección.
***
El bar estaba ocupado por apenas media docena de personas cuando Helena entro en él. Una pareja de enamorados al lado de la entrada y cuatro hombres solitarios dispersos por el local. Analizó a cada uno de ellos en busca de Jeremías, pero no sabía cómo era. No recordaba mucho de la noche anterior. Mientras trataba de adivinar cuál de los allí presentes era la persona que buscaba, un joven se acercó a ella, trayéndola a la realidad.
Sabía que vendrías —dijo con una sonrisa apenas perceptible—. Soy Jeremías, pero supongo que ya lo habías deducido.
Helena no pronunció ninguna palabra. La sorpresa la había paralizado por completo.
—Tranquila, no muerdo. Supongo que viniste por respuestas, yo también estaba así la primera noche. Las dudas no te dan sosiego. Pregúntame lo que necesites, te ayudaré lo más que pueda. Después de todo, esa ahora es mi función, hasta que falles o prosperes en tu misión.
¿Mi misión? —Helena rompió su voto de silencio. Seguía demasiado sorprendida por la situación, pero no dejaría que eso se interpusiera en la adquisición de las respuestas.
—Sí, supongo que leíste el papel, ¿no? Tienes que lograr lo que ahí dice, de lo contrario seguirás en esa situación eternamente.
—¿Qué situación? ¿A qué te refieres?
— Niña, la verdad esperaba a alguien más inteligente, tener que explicar cada detalle me agota. Pronto los cambios empezaran a surgir, al principio pensarás que no es más que tu imaginación, pero no es así. A medida que el segundo amanecer se acerque, los cambios se intensificarán. Sólo encargate de escribir en el papel negro el nombre de una persona con su sangre. Hazlo antes que las letras plateadas pierdan completamente su brillo. ¡Ah! Otra cosa, asegúrate de escribir el nombre correcto, o el efecto no funcionará y estarás condenada a sufrir las consecuencias. Ahora vete, por favor. No quiero que me sigas estresando.
Desconcertada, Helena salió del bar. Ya era de noche. Seguía procesando la información recibida momentos atrás. ¿A qué se refería con los cambios? No lo sabía. Lo único que sabía era que debía completar esa “misión”. Los primeros rayos de sol interrumpieron sus teorías. No había notado que ya era de día. Caminó hasta una plaza cercana y se sentó a observar el amanecer. Últimamente el tiempo estaba pasando más rápido de lo usual. ¿Sería ese uno de los cambios a los que se refirió Jeremías? No estaba segura. Se sentía muy cansada, así que prefirió relajarse y dormir un poco.
***
Cuando Helena abrió los ojos, se encontró sumida en una oscuridad reconfortante. No sabía lo que ocurría, pero era imposible que hubiera dormido todo un día. Seguro era su imaginación. Trató de aferrarse a ese pensamiento, pero las palabras de Jeremías le taladraban la cabeza. “Al principio pensarás que es tu imaginación, pero no es así”. Se deshizo de esos pensamientos. El tercer amanecer ya estaba cerca, debía apresurarse. Se incorporó rápidamente y vagó sin rumbo por unas pocas horas, esperando encontrar alguna persona en el camino.
Helena se estaba resignando, quizás una vida así no sería tan mala, después de todo ella no había sufrido muchos cambios, salvo por la pérdida del pigmento de su cuerpo y el rápido transcurso del horario, seguramente Jeremías había exagerado. Estuvo a punto de aceptar esa realidad cuando un crujido de hojas secas hizo que la descartara. Estaba en el mismo bosque que hacía dos noches.
Sus sentidos se agudizaron a cada crujido, alguien se estaba acercando. Sacó la daga de su escondite y esperó hasta que la figura del joven apareciera. Sin un momento de dubitación se abalanzó sobre este, repitiendo lo que Jeremías le había hecho en ese mismo lugar.
Tu nombre, es lo único que necesito —dijo.
—Sebastián… Sebastián Gray.

Escribió rápidamente el nombre del joven en el papel. Fue mucho más fácil de lo que esperaba. Dejó el escrito y la  daga sobre el torso de Sebastián en el mismo momento que el sol hizo su entrada triunfal en el cielo. El tercer amanecer. Helena se alejó por el sendero del bosque, feliz, creyendo haber cumplido la misión, y sin saber que el verdadero nombre de Sebastián era Jonathan Winslet.


domingo, 2 de octubre de 2011

Orgullo & Prejuicio, y el renacer de mi ¿Obsesión?

Desde la primera vez que vi Orgullo&Prejuicio, supe que esa sería la película que me acompañaría por el resto de mi vida. Y no solo por el hecho de poder disfrutar a Mr. Darcy, que por cierto es mucho mejor de lo que imaginé cuando leí el libro, también porque tiene una trama que atrapa y un romance que a muchas les gustaría vivir. Así, poco a poco, escena por escena, la película se fue transformando en una "obsesión", pero no con un significado negativo, sino que se transformó en un pensamiento que difícilmente puedo apartar de mi mente, una compañía constante, y muchas veces un lugar dónde escapar cuando las situaciones se complican en la vida real. Me encantaría haber estado en esa época en la que el amor tenía un concepto diferente, y en la que la frase "Te amo" obtenía un significado verdaderamente pasional en comparación a hoy en día.
Y acá está la parte a la que realmente quería llegar, el descubrimiento que re-encendió la llama de mi pasión por Orgullo&Prejuicio:
Hace ya una semana, salía del colegio acompañada de una amiga que siempre va conmigo hasta la parada del colectivo, ya que ella toma el suyo cerca. Como siempre hablábamos de libros, una de tantas pasiones que compartimos, y entre libro y libro surgió el tema de Orgullo&Prejuicio, y con este, la película. Demás está decir que yo la comentaba con mucho entusiasmo, al igual que lo hacía ella. Hablé de lo mucho que amo Mr. Darcy y ella me habló del final alternativo. Sí, un final alternativo. No tengo palabras suficientes para expresar mi sorpresa en ese momento, lo único que puedo decir, es que en el mismo instante que llegué a casa fui directo a la computadora para ver ese bendito final. No sabía que me esperaba, pero estaba segura que, fuera lo que fuese, no me decepcionaría.
Busqué el video en Youtube, y esperé pacientemente a que se cargara, y así que lo hizo, no pensé dos veces. Apreté Play y me adentré en esa pequeña parte de la película que me fue oculta tanto tiempo. Las lágrimas caían cada segundo que pasaba, la emoción era tal que a duras penas podía evitar dar gritos de alegría. El final alternativo mostró lo que siempre quise ver en la película. Sin decir más, dejo el video para que también lo puedan ver y disfrutar, tanto como yo lo hice, y lo sigo haciendo, no lo niego. Y si aún no vieron la película, les recomiendo de todo corazón que lo hagan, es imposible arrepentirse de verla. Espero amen este final alternativo tanto como yo lo hice.
Saludos.

PD: Les recomiendo expandir el video para poder leer bien los subtítulos.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Hace un par de días le conté a una amiga que voy a empezar clases de circo. Charla va, charla viene, ella me recomendó un vídeo, que si bien muestra la vida en un circo, tiene un significado mucho más allá de eso. Da un mensaje de esperanza, de motivación. Muestra que todos podemos superar los obstáculos si confiamos en nosotros mismos. 
Por ese motivo quiero compartirlo con ustedes. Para que tengan esperanzas y no se den por vencidos, porque todo se puede lograr.





martes, 13 de septiembre de 2011

Blog nuevo ¿Vida nueva?


Luego de tantas modificaciones en el aspecto de mi blog, y ninguna modificación en el contenido del mismo, me decidí a volver a publicar. Y para alegría de varios, y con varios me refiero a mis papás sobre todo, no voy a dedicarme exclusivamente a publicar mis cuentos, voy a publicar temas varios en las nuevas secciones que estoy creando para el blog. Espero que disfruten el inicio de esta nueva etapa tanto como yo lo estoy haciendo.
Saludos~

viernes, 19 de agosto de 2011

Y que será del viento. Parte 5. Final

Caminamos  a mi casa. Quizás esta vez sería diferente, ya había sido diferente respeto a mi corazón. Quizás ella me dejaría quedar. En el fondo, no lo creía, pero no quería perder, lo que era nuestra última esperanza. Cuando llegamos a mi casa, ella estaba afuera, con todas las cajas, y su habitual cara de impaciencia por mis llegadas tarde. Fuimos directo hacia ella. Julián se limpió las lágrimas de su rostro, y habló. Le dijo que podía quedarme con él. Que viviríamos juntos, que la iríamos a visitar dondequiera que ella estuviera, pero que no le quitara lo que él más apreciaba de su vida. Mi mamá escucho paciente todo lo que él le decía, la esperanza crecía cada vez más en mi corazón, si ella o escuchaba era porque lo estaba considerando, quizás me quedaría con  él después de todo.


Sin embargo, me equivoqué, así que él finalizó su discurso, ella dijo que yo no me quedaría. Que me iría con ella, y que no podía reclamar, que aún era menor, y por lo tanto debía hacer lo que ella me ordenara. Al escuchar eso, todos los años de autocontrol se perdieron, ella me había quitado demasiado, y me quería quitar ahora el sentido que le había encontrado a mi vida. No me contuve, no quería hacerlo.
– Durante años estuve viajando contigo, nunca te cuestione, nunca dije que me molestaba, aunque lo hiciera, siempre viajé contigo sin reclamarte nada, porque sabía cómo te sentías y en parte me daba lástima verte mal. – el volumen de mi voz iba  creciendo a medida que mi ira también lo hacía – Nunca te dije lo mal que me hacía viajar de un lado a otro, no tener amigos, porque pensaba que lo que hacías era también para mí bien. Pero debí darme cuenta antes, que no haces nada más que para ti misma. Que lo único que importa es que tú estés bien. Que por eso te perdiste en el alcohol, por eso te acostaste con el primero que se cruzaba en tu camino, y que por eso ahora viajamos de un lado a otro. Lo haces por ti, porque tienes miedo, miedo de que papá sepa todo lo que hiciste, no eres más que una cobarde, al menos deberías enfrentarte a la consecuencia de tus actos, pero prefieres huir. Debería darte vergüenza. ¡Eres una puta! No, ni siquiera eso, porque ellas cobran por hacerlo, tú te entregabas gratis. Eres una zorra que cometió los peores errores, y que ahora escapa, como si eso borrara todo lo que ya hiciste. Y por tu culpa, perderé al amor de mi vida. ¡Desgraciada!

Estaba llorando, pero no de tristeza, sino de ira. Su cara se transformó. Levantó la mano y me dio un cachetazo, me lo merecía, pero no me arrepentía de haberle dicho todo. Acto seguido, caminó con las cajas hacia el taxi, que estaba esperando, no sabía hacia cuanto tiempo. Guardó todas y se subió en el asiento de adelante. Me miró, con una mirada de odio, hizo un gesto para que me subiera al auto, y amenazó con bajarse a buscarme, si fuera necesario. Miré hacia atrás, donde estaba Julián, busqué sus ojos, en los que me había perdido tantas veces, y vi su mirada de tristeza. No conseguí mirarlo por mucho tiempo, solo lo hice lo suficiente para sonreír, en agradecimiento por todo lo que había hecho por mí, y me fui.


Me subí a la parte de atrás del taxi, y apoyé mi cabeza contra la ventanilla. Pequeñas gotas de agua caían sobre el vidrio. Estaba lloviendo. «Hasta el cielo se apiado de nosotros», pensé y lloré.

Porque hay un dicho que dice "Dios los hace, y el viento los amontona", pero, ¿No hay ninguno que diga que el viento también nos puede separar?